A continuació publiquem l'obra guanyadora dels Jocs Florals d'enguany a la categoria de PROSA.
L'autor és en Pablo Holgado, la nostra més sincera enhorabona!
L'autor és en Pablo Holgado, la nostra més sincera enhorabona!
Tiempo muerto
Descubrió aquella
extraña esfera blanca junto a una de las paredes de la buhardilla. Era plana, y
tenía un reborde color plateado brillante a su alrededor. Rodeando la pulcra
superficie blanca del centro se distinguían una serie de números (con exactitud,
doce) colocados en orden, formando un círculo perfecto. Pero lo que más le
llamó la atención fueron las tres agujas que, desde el centro del objeto,
apuntaban cada una a distintas direcciones. La primera, la más corta, señalaba
al número tres. La segunda, más larga, apuntaba al siete. Y la tercera…ésa sí
que era extraña. Era la única que, aparentemente, se movía, y lo hacía de una
manera extraña: avanzaba y luego, de inmediato, paraba, para a continuación
volver a avanzar y volver a detenerse. Él la observó fascinado, hasta que
completó una vuelta entera.
Por supuesto, ese
objeto era completamente desconocido en su sociedad. Ésta parecía no tener
normas, o sí, pero en el caso de que las tuviera, cada individuo se regía por
las suyas. Era una sociedad perdida, puro desperfecto, todo sumido en un
desorden indescriptible. Era el caos. Cada uno poseía su propio horario, y el
término de “tiempo” había desaparecido completamente. Frases como “queda poco
tiempo” o “no pierdas el tiempo” habían dejado de existir, a pesar de que ésa
sociedad era lo único que hacía: perder el tiempo. Turbas enormes de gente,
multitudes vagando todo el día sin rumbo fijo por las avenidas, faltas de un
horario que ellas mismas habían repudiado hacía ya varios años.
Y ése era el quid de
la cuestión.
Años atrás, esclavos
del tiempo, de la rutina, del día a día, les había obligado a replantearse la
situación que estaban viviendo: eran siervos de cada uno de sus horarios
inflexibles, de las horas puntas para el trabajo y el estudio. Y, ante la
perspectiva de un futuro aún peor (¡estrés!), habían decidido parar la carrera
sin sentido a la que todos estaban apuntados inconscientemente.
Y vino la época de un
nuevo gobierno.
Relax.
Por esa razón, él no
sabía que la esfera blanca con manecillas (y una que no paraba de moverse) que
había hallado en una pared de la buhardilla, abandonada, era un reloj.
Ni más, ni menos.
La curiosidad y la
reticencia pueden ser dos actitudes que, si las mezclas, pueden estallar. Por
eso, cuando él, todo sonrisas, fue a mostrar a su madre el gran descubrimiento
que llevaba bajo el brazo, no imaginaba la reacción. Ésta, aterrorizada ante la
vista de aquella pasada máquina de tortura, abrió los ojos como platos,
llevándose las manos a la cara. Corrió y se encerró en su habitación. Él, el
niñito de siete años, no entendió la reacción de su progenitora, pero, una vez
olvidada la sorpresa inicial, recuperó su sonrisa risueña y se fue a su cuarto.
A desentrañar los secretos del extraño aparatejo.
Bendita inocencia.
-Aguja gordita casi,
casi en el ocho… flaca en el nueve… y ésta… ésta… ¡bah!... no se está quieta…
¡siete cuarenta y cinco!
La exclamación final
llena de orgullo, resultado de duro rato reconcomiéndose los sesos, llegó llena
de alegría. ¡Por fin! Con la respiración agitada, él se quedó observando la
esfera. Extraña… y sin embargo, había podido con ella. Con exactitud, había
aprendido su funcionamiento a las cinco y cinco, averiguando que TODAS las
agujas se movían. Pero eso había sido más tarde, a las cinco y veintiocho.
Claro que también había averiguado que cada rayita milimétrica representaba un
número. A las seis y diecisiete había decidido que su teoría era cierta.
Y ahora, a las siete
cuarenta y cinco, se disponía a descansar un poco. Se estiró en su cama, y
estuvo despierto dieciséis minutos.
Cuando finalmente se
durmió, eran las ocho y un minuto.
No es difícil imaginar
la reacción de toda una sociedad perezosa ante la repentina aparición de aquel
reloj. Imaginarla, no. Describirla, sí.
Él se despertó
temprano (aproximadamente a las siete y treinta y dos), y pronto tuvo la
necesidad de enseñar a todo el mundo el maravilloso objeto encontrado. Así
pues, se dispuso a salir él solo a la calle. A pesar de la hora que era, las
calles estaban llenas de gente que, seguro, habían pasado la noche vagando por
ahí, como fantasmas. Él se acercó al primer señor que pasó cerca y le plantó el
reloj a medio dedo de su cara:
-Mira qué juguete tan
chulo.
El pobre hombre, ante
la repentina visión del objeto que hacía un <<tic-tac>> bien
conocido, no pudo sino gritar. Y salió huyendo. El pobre niño, confuso, se
encogió de hombros, pero no decayó en su misión. Uno por uno, fue aterrorizando
a todo aquél que pasaba a su vera. Y pronto no quedó nadie sin saber que un
niñito loco poseía la terrorífica esfera <<tic-tac>> que tanto
habían odiado y temido. De manera que muy pronto las calles se comenzaron a
llenar de multitud de personas que corrían despavoridas, como alma que lleva el
diablo. Se escondían en sus casas, bajo los coches, en los contenedores, en
fin, en todos lados. O también formaban grandes piñas, muy juntos, avalanchas
enormes de gente avanzando en una dirección y arrollándolo todo a su paso.
Muy pronto, el pequeño
e inconsciente crío estuvo rodeado de turbas arremolinadas que lo encerraban
cada vez en círculos más ínfimos. La gente que formaba esas aglomeraciones, en
un principio, se dispuso a arrancar de las manos de ese renacuajo el peligroso
objeto. Pero el terror les podía, y aquella esfera les inspiraba tanto que no
podían sino avanzar para a continuación retroceder, temerosos.
Este extraño baile se
desarrollaba ante la confusa mirada del crío, quien, aunque ya consciente de
que lo que tenía en su poder no era bueno, tampoco acertaba a encontrar una
explicación lógica a todo aquello.
Poco a poco, la turba
temerosa comenzó a perder tal adjetivo, y se dispuso a dar, de una vez por
todas, el ataque definitivo. Todos a una se abalanzaron sobre su pequeño
objetivo y arrancaron de las manos del niño su preciada pertenencia. Lo
pisotearon. Lo destrozaron. Lo golpearon. Quedó en tal estado que de reloj ya
no tenía nada.
Y el pobre crío, antes
de que esos demonios sin piedad pudieran agarrarlo, recogió unos pocos
engranajes que rodaban por el suelo. Los guardó en su abrigo. Y se lo llevaron,
mientras unas pocas lágrimas se deslizaban por su rostro y caían sobre el frío
asfalto.
Por esa razón, días
más tarde, cuando en una nueva exploración por la buhardilla encontró aquel
otro objeto, no sabía si sería buena idea enseñarlo a alguien. Podía ser que no
les gustase, como la vez anterior. Pero… sí, sí que les gustaría. Aquél era
diferente.
Además, era rectangular
y en su centro se veían cuatro numeritos rojos separados por dos puntitos.
Pero lo más gracioso
era que, de cuando en cuando, emitía un <<pip-pip>> escandaloso, y
no paraba hasta que él apretaba un botoncito determinado. Entonces sí que
dejaba de sonar.